Nadie nota que la paz por muy forcejuda que sea
no tiene suficientes agallas para empujar con fuerza
los odios que avanzan como un río desbordante
en la soledad que se aferra a cualquier hilo de fe
con tal de no resbalar al fondo de la madriguera
donde espera el miedo bien sentadito
abanicando nuestra modesta terquedad
de quitarnos las lacras de encima lo más pronto posible.
Hasta nuestro silencio resulta un tanto complicado
cuando de sellar un acuerdo con el odio se trata
que se cuela sutilmente en el pañuelo de miles de gargantas
capaces de llorar hasta la desembocadura
a fin de ganarse el derecho a ser regadas
como si fueran pequeños capullos que están por brotar
usando su primerizo hilo de voz
para llamarnos la atención sobre la esperanza
que se asfixia en su recinto lleno hasta el tope
de pichones en todo su esplendor.
La venerable manada de palomas traza con ahinco
una recta de nostalgias que salieron indemnes
de los plomazos clandestinamente generosos
cuyas balas nos llueven a menudo
porque nos tomó mucho hasta gritar:
¡Viva la Paz!
Andra Gabriela Prodea
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