En el nombre del padre | Jeremias Vergara

En el nombre del padre

He caminado todos los senderos,
en la luz y en la oscuridad.
Sobre mis hombros llevé la luz
que dijiste posar sobre ellos.

Sobre mis manos el poder me diste,
para que, con furia sobre quienes no te adoran caiga.

Ahora suelo recordar,
y en tu morada solo mendigo,
un deseo más.

De rodillas hacia ti,
imploro algo más.

Siento el frío posado sobre mí,
los labios morados,
tu casa disfraza el tormento,
aquí no hay fuego.

Cuantos han caído en tu nombre,
cuantos pasaron por mi espada.

A tu merced creí estar,
pero a la merced de tu casa estuve,
por ti mate, y a la bestia alimenté,
ella los detesta,
¡Ella!… Tu morada.
La piedra se congela por adentro,
afuera arde al valle.

La cruz en la cúpula,
la cruz arde al sol,
afuera es el infierno.

Es hora de la plegaria,
de pedir el deseo...
Páter noster, qui es in caelis,
Adveniat regnum tuum.
Fiat voluntastua, sicut in caelo, et in terra.
Panemnostrumquotidianum da nobishodie,
etdimittenobis debita nostra...
Irrumpe mi dicho en voz baja,
los gritos desgarradores que en mi mente caminan,
ellos me llaman,
los de afuera me reclaman,
y el vitro de adentro vive,
sus ojos sobre mí, la presión desgasta mi deseo.

No lo podré olvidar,
ellos viven en mis actos,
en cada parte de mi piel,
los cargo en mis manos,
en mi espalda.

Rechina la vieja puerta, se abre,
el fuego del sol, la luz,
llega a mi espalda,
al altar donde me arrodillo.
Afuera ellos me observan, sus ojos miran mi cruz, a cada uno lo cargo,
en mi enclenque espalda,
en esta cruz de culpa.

Sus manos y pies, en clavos posan,
ellos describen el paisaje.

Todos descansan en la madera por mí,
el pájaro de la sombra negra
come sus restos, sacia su obscuridad.

En nombre del concreto, orden cumplí.
Ahora camino en el sendero,
largo y rabioso, árido y putrefacto,
mientras ellos murmuran con el viento.

Sus almas no van en paz,
los clavos no las dejan marchar,
es tarde para el perdón,
es tarde para volver hacia atrás.

El hedor del sol
quema sus carnes, la piel roja de esencia,
desfila a la árida tierra,
el olor de la agonía, de la muerte.

La locura enciende en mí ser,
padre nuestro, padre mío,
¡¿Que he hecho?!...
Ahora tu casa cae en ruinas,
en ruinas sobre mí.
Ella la bestia, tu morada,
tu casa, tu Iglesia,
devorar almas, me ordenó.
Míralos aquí en la madera descansan,
lo sé, marioneta de tu cuento,
marioneta de una falsa verdad fui.

¡Fuimos nosotros!...
No tu cuento sagrado, no tú,
la bestia somos nosotros,
falsos profetas de tu guarida.
Decidimos por otros, decidí por muchos,
ahora arde el vitro, arde mi carne,
arden las paredes.

Somos hombres,
soy humano,
soy maldad.

Jeremías Vergara

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