Hoy pasan las horas,
fauces y sombras de los sueños,
vientos de un huraño mundo,
títeres como un armazón sitiado,
alegre como la mañana soleada,
y comen como la polilla cuando enjambra
el armario inexpiable.
Horas largas que baten los minutos,
y de lo más triste,
pasan para vivir penas, como enfermo, somos
de vida que se acaba,
cuando llegue nuestra hora y acorralado.
¡Ah, la de ojeras negras!
Alteras mañanas de crueles infinitos,
cuando las nubes esparramen aguas inertes,
campos baldíos y granizo que todo lo arrasa,
para el dolor,
y empapen los sueños aquí con la alegría
del gran sol,
y cobijarte sin el dolor del custodio
el que te roba los segundos hermosos.
Aliviar la gruesa cadena
que nos tiene atados en la tierra de por vida,
cuando los vientos cruzan montes, llenan fosas,
entre las muy húmedas arenas
entre una luz que no se apiada,
entre los matojos que vientos baten,
sin la alegría, con hastío muy acolitado
bate la mañana, diadema sin luz de rumbo,
sin sol que alegrara esta postrera hora.
El día, su atardecer, un enjambre que por ríos
nos lleve hacia aquel lugar,
la noche, que aparece y es dolor presente,
la luna, que acaricia las rocas de males puros,
un empeño de estertor que nos llega y nos humilla
un menguar del infierno que nos anida,
con extraña ausencia de un momento salvaje
que nos haga sentir bien al pasar a otra vida,
esa vida feliz donde rumbos secuaces baten
el viento con la ayuda del mundo,
cuando la hora coincida
y nos traiga una luna a la melancólica fosa...
Todo llega cuando el dolor ataca siempre vivo
con su parca desde un sublime infierno,
gritos, hacia su averno profundo,
por el mar de anémonas para recrear las olas
de nuestras noches eternas.
La mañana soleada,
apaciguando el presente,
futuro, fracaso, hora de lágrimas derramadas,
los ojos por esos cielos inmersos,
donde un sueño encandila,
por fases esplendorosas, un dolor se agrava,
de odio latente que nos gana la partida,
y morirá, sin remedio, y el amanecer ya no abriga,
cuando los suspiros entrecortados de la vida
inyecten de pasión la candidez de los fuertes vientos.
La vida terrenal,
mar del destino y aura,
del lento pasar de las horas embriagadas,
del dolor al abrigo de los elementos comunes,
por el mar intranquilo que esta vida nos regala.
Guillermo Sastre
(De 'Poética Armilar', Autores selectos, Lápizcero Ediciones, Madrid 2012)
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