Yo no estuve allí,
pero sé de las lágrimas
_calientes como la sangre_
recorrer sus mejillas azules.
La voz, desgarrada por el dolor,
la cara tapada, escondida
entre sus manos callosas,
desgastadas de la obra.
Khaled no tenía papeles
pero alimentaba cuatro bocas;
y el atardecer,
del color de las amapolas…
permanece
en sus sienes doloridas,
en su lengua coartada…
la eternidad de las horas.
Y Khaled sigue encerrado
deportado por la mañana…
verá de nuevo las arenas
las rocas y las piedras
en algún lugar del Sáhara.
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