Mordehai Mendil Ha-Leví, enfermero durante la guerra y aun meses después, periodista, me dio este texto. Vive en Jerusalén, trabaja ahora en un ministerio. Nunca quiso decirme nada acerca del autor. Estos fragmentos estaban escritos en inglés en una hoja tamaño oficio, doblado en cuatro sin que se pudiese saber dónde empezaban. Son, sin duda, esbozos para un poema futuro, de ahí las repeticiones.
Mi soledad ausente.
¡Qué soledad sin soledad!
Sentirse solo al lado
de tanta compañía,
solo, sin soledad.
Encontrarse perdido,
sin solución, disuelto,
en una muchedumbre.
¡Qué ruinas polvorientas
la compañía de todos!
¡Qué edificio sereno,
concentrado, profundo,
mi soledad ausente,
fuego y luz de mi alma!
Todo es así. Todo es vivir finando.
Oh, qué despacio va el vivir quemado,
vivir bajo las ropas abrasadas,
trajes pesados que se removiesen
entre un crujir de huesos extinguidos.
Sólo sombras o escarnio nos saludan.
“Adiós, marquesa.” “Adiós, Lulú bendita.”
Pasa un obispo con sus hopalandas.
Una sonrisa dura sobrevive.
Hay una alondra cerca, desviada.
Conversando el otro día con mi querida amiga y poeta María, de La Guardía (Pontevedra), surgió su paisano Celso Emilio Ferreiro y su Longa Noite de Pedra...