Por fin se cerró la puerta,
cayó al suelo la manzana,
voló el pájaro a su nido de cera,
la bañera se vació de agua.
Se arrimó el alivio al hueso cercenado.
Ahora presente, silencio y
los labios sellados con lacre.
Ni una sola palabra más.
Ya llega sal al corazón
donde vive un fuego que quema
y lastima los días cenicientos
en que escribe palabra en ascua
y terrones de azúcar blanco
derretidos con absenta caliente.
Arde solo mientras camina silbando;
yo espero embriagrándome, sombra amatista.
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